Así que yo, barnsdale11, en pleno uso de mis facultades mentales, desde el anonimato de mi blog, bla bla bla, juro por Snoopy, Garfield y Mickey Mouse que nada de lo que diga hoy está escrito con la intención de levantar ampollas, señalar con el dedo y/o insultar a nadie. Todo lo demás son paranoias, exageraciones y bromas varias, y creedme cuando os digo que las víctimas de aquí abajo son todas profundamente admiradas, amadas y deseadas por mí misma (oh, yeah), porque he decidido por una vez no hacer publicidad subliminal y pasarme a la publicidad a secas.
Hace milenios desde la última vez, pero un National Geographic es una sección que requiere de un complejo calibrado mental conjugado con una inspiración perseguida con tenacidad y una documentación pertinaz. Vamos, que no se me ocurrían ideas decentes. Ideas útiles documentalmente hablando, capaces de modificar la realidad espaciotemporal de una forma metafísicamente improbable. Y dado el evidente interés que mostráis vosotros, mis queridos lectores, por la escritura, me complace presentaros el…
Análisis sintético de la topicidad literaria aplicado a un caso práctico:
la escritura de una novela
la escritura de una novela
Debido a que
(Les agradecería a las señoritas del fondo que se abstuvieran de arrojarle al señor Mellark sus prendas de lencería íntima, por favor.)
Empecemos, entonces, el estudio por partes de la composición creativa de un libro:
1. La hipótesis del apellido rimbombante
Stiefvater. Fantaskey. Stolarz. Bachorz. Elkeles. No es que quiera amargaros la vida ni nada por el estilo, pero parece ser que si os apellidáis López, García o Fulánez conseguiréis vender menos libros que si le ofrecierais plátanos a un cocotero.
Escojamos por ejemplo un apellido aparentemente sencillo. Kizer (la autora de
Incluso el apellido de mi adorada Richelle Mead (mamá del profesor Belikov) no se pronuncia como el imperativo del verbo mear, sino que se pronuncia “miiiiid” (acento ñoño al canto), a pesar de que yo sigo empeñándome en mandaros que meéis cada vez que leo su nombre. Así que si os apellidáis López, tal vez preferiríais trabajar con el sobrenombre artístico de Lohppeth, porque es bien sabido que:
a) Cuanto más impronunciable sea el apellido, mayor éxito tendrá el libro.
b) Cuantas más consonantes tenga el apellido, mayor éxito tendrá el libro (esto os lo dice una persona autoapodada barnsdale, que tiene tela la cosa).
c) Cuantas más veces aparezca el apellido del autor en el listín telefónico, menos éxito tendrá el libro.
2. El misterio de los personajes fantasma
Dado que esto es un National Geographic, si quisiera hablar más detalladamente de estos personajes debería incluirlos en un documental junto a los dinosaurios y al pájaro dodo, porque todos ellos se han extinguido, o tal vez junto a los unicornios, porque no estoy segura de que ninguno de ellos haya existido jamás. En cualquier caso, hay dos clases universalmente aceptadas de personajes fantasma:
a) Los padres plomazo:
Es decir, los padres corrientes y molientes. Si escribís un libro, oh, por favor, no cometáis el grandísimo error de meter a vuestros protagonistas dentro de una de esas cosas rarísimas llamadas “familius nuclearis”. Lo mejor sería que matarais a los padres bien muertos (estilo Harry Potter), o si no, como mínimo, que los divorciéis y les deis tantas ocupaciones que sus hijos adolescentes vivirán como si estuvieran solos en el mundo. O peor.
―Sólo te llamaba para decirte que tu madre y yo estaremos con Pat y Tina y llegaremos a casa sobre las nueve.
―Vaaaaale. ―Dije. Ya lo sabía; mamá me lo había dicho por la mañana, cuando iba yo al instituto y ella a su estudio.
Una pausa.
―¿Estás sola?
[...] Aunque mamá y papá sabían que Sam era mi novio ―Sam y yo no manteníamos nuestra relación en secreto―aún no sabían lo que pasaba en realidad. Todas las noches que Sam se quedaba, creían que estaba durmiendo sola. No tenían ni idea de las esperanzas que había puesto en nuestro futuro. Creían que era una sencilla relación entre adolescentes, destinada a terminarse. No es que yo no quisiera que lo supieran. Sólo que su ignorancia también tenía sus ventajas, por ahora.Maggie Stiefvater, Rastro
b) Los amigos platónicos:
Y si hablo de los padres, ¿cómo iba a olvidarme de esa especie en extinción conocida como “simplemente amigos”? Son chicos, no son gays y tampoco hay feeling con ellos, pero si los encontráis en algún libro, deberíais ir corriendo a la policía: posiblemente se trate de algún tipo de contrabando inmoral más que de un libro honrado.
Suspiré de nuevo.
―Vosotros los gays sois horriblemente intuitivos.
―Esos somos nosotros: maricas, los pocos, los orgullosos, los hipersensibles.
―¿No es marica un término despectivo?
―No si lo usa un marica. Por cierto, estás haciendo tiempo y no va a funcionar. ― Se puso la mano sobre la cadera (¡en serio!) y golpeó el suelo con el pie.P.C. y Kristin Cast, Elegida
3. Los lectores de mentes y otras criaturas pensantes
Estos no aparecen en todos los libros, evidentemente, porque si escribís algo realista sería una barbaridad, pero si lo vuestro es la fantasía probablemente estéis deseando incluir a un espantoso cotilla que se meta en el cerebro de los demás a hurgar donde nadie le llama. Desde Edward Cullen hasta Janie Hannagan, cientos de personajes han hecho escarceos por los subconscientes ajenos, y cualquiera de ellos ganaría millones trabajando para el Hola.
Entonces entró en la sala una pequeña figura. Katsa sabía quién era incluso antes de ver los ojos de la niña, uno amarillo como las calabazas del norte y el otro marrón como un charco de barro. A esta niña le haría daño; a esta niña la torturaría si eso hiciera que dejara de extraer los pensamientos de Katsa.
Katsa miró a la niña a los ojos y le sostuvo la mirada. La niña ahogó un grito y retrocedió unos pasos, y después se dio la vuelta y se escapó corriendo de la sala.Kristin Cashore, Graceling
4. Peligro pelirrojo
Necesité pensar mucho para acordarme de todos los pelirrojos que conozco en persona, pero al final llegué a la conclusión de que sólo conozco a tres en carne y hueso. Entiendo que vivo en España, donde los pelirrojos no son raros, sino lo siguiente, pero aún así, si en un libro falta alguien con el pelo pelirrojo/cobrizo/rubio rojizo/naranja/castaño rojizo/rosa/fucsia/rojo fuego/carmín/etc., no me parece que sea un libro de verdad. La maravillosa Foxface (Comadreja) le dio el toque naranja a los Juegos del Hambre, y el propio señor Mellark reconoce que si no hubiera tenido él mismo tanta suerte, la ganadora de los Juegos habría sido ella (y entonces toca madera, suelta una risotada tonta y dice “¡Anda ya! ¡Y Gale es mi mejor amigo!”)…
5. El efecto Luna Nueva
Supongamos que ya habéis escrito un libro. Que dicho libro se vendió como churros. Que queréis exprimir a la gallina de los huevos de oro. Y que queréis pisar terreno seguro, así que decidís olvidaros de aquella idea tan originalísima que se os ocurrió mientras estabais sentados en el váter, y optáis por escribir una secuela. El tomo dos. Para ello, lo primero que debéis asumir es que vuestra “parejita perfecta del ying yang de todo a un euro y el amor eterno de McDonald’s” va a ser la primera víctima. Vuestros chicos TIENEN QUE ROMPER. Cuanto más drama, mejor. Y si uno de los dos (el protagonista, evidentemente) se arrastra por el suelo suplicando clemencia, perdiendo la dignidad y los estribos, pues mejor todavía. Luna Nueva (sí, la de Crepúsculo) asentó las bases, pero luego llegaron (y no spoileo a nadie cuando lo digo, esto es ley de vida) Espejismos (la guía ilustrada del libro en el link), Oscuros 2 (título muy original, por cierto), Hermosa Oscuridad (el que viene después de Hermosas Criaturas), Crescendo (los ángeles también pueden ser unos cretinos), Deadly Little Lies, Adicción, Where She Went, Rastro (un poquito sí), e incluso En Llamas. Definitivamente, el amor eterno ya no es lo que era.
—¿Tú... no... me quieres? —intenté expulsar las palabras, confundida por el modo como sonaban, colocadas en ese orden.
—No. […] En cierto modo, te he querido, por supuesto, pero lo que pasó la otra noche me hizo darme cuenta de que necesito un cambio. Porque me he cansado de intentar ser lo que no soy. No soy humano —me miró de nuevo; ahora, sin duda, las facciones heladas de su rostro no eran humanas—. He permitido que esto llegara demasiado lejos y lo lamento mucho.Stephenie Meyer, Luna Nueva
6. Muriendo, que es gerundio
Esta parte estoy segura que no necesito ni explicárosla. Quiero que cerréis los ojos (en cuanto hayáis terminado de leer este párrafo, por favor, NO ANTES) y hagáis un ejercicio de visualización. Imaginaos que estáis escribiendo la novela de vuestros sueños, y que vais cogiendo carrerilla hasta que de repente se os secan las ideas. ¿Qué mejor, para mantener la atención de los lectores, que matar a un personaje de vuestra elección? Debe ser la muerte dramática de algún personaje mono, encantador y achuchable, que esté para comérselo, porque cuando se muere una mujer odiosa de muerte natural a los 106 años, el efecto sencillamente no es el mismo. Eso sí, os lo advierto: si matáis al sex symbol de turno, aseguraos de que sea DESPUÉS del gran beso/escena de sexo salvaje/dulce pérdida mutua de la virginidad. Si muere antes de eso, las escenas calentorras con fantasmas sencillamente no tienen tanto gancho (pero sí mucho más morbo).
Cuando yo escribía novelas (allá por el año de catapún, cuando tenía 13 primaveras), el gran sueño de mi vida era matar a todos los protagonistas. Aún no había terminado ni el primer capítulo, que ya sabía quiénes iban a morir (es decir: todos), cuándo, cómo y por qué. Y el señor Mellark, que tenía la costumbre de casi-morirse un par de veces por libro, también sabe de primera mano lo estupendo que eso resulta para mantener el interés del personal.
Hay un ruido eléctrico muy fuerte. Por un instante, los árboles desaparecen y veo espacio abierto sobre un corto trecho de tierra desnuda. Después Peeta da un salto hacia atrás, apartándose del campo de fuerza y tirando a Finnick y a Mags al suelo.
Me apresuro hacia donde yace, inmóvil sobre una red de viñas.
―¿Peeta? ―Huelo a pelo chamuscado. Lo llamo otra vez, sacudiéndolo levemente, pero no hay respuesta. Mis dedos tropiezan sobre sus labios, donde no noto el cálido aliento a pesar de que hace tan sólo unos instantes estaba jadeando. Presiono mi oreja contra su pecho, sobre el lugar donde siempre descanso la cabeza, donde sé que oiré el fuerte y constante latido de su corazón.
En vez de eso, encuentro silencio.Suzanne Collins, En Llamas
7. Los llantos líbricos/lúbricos
De buenas a primeras quizá no os deis cuenta de lo que son, pero tampoco necesitaréis pensar demasiado. La imagen es esta: la damisela en apuros sufre un arrebato emocional gordísimo, y se echa a llorar como una condenada. Podría ser el fin del mundo, pero en realidad sólo está aliviando sus penas por cualquier nimiedad más o menos importante. Entonces el héroe guapetón se le acerca, le ofrece un kleenex, y tal vez, si se siente de buenas y lleva puesta una camiseta de baratillo, la deja moquear sobre su robusto pecho hasta que le quedan todos los pelos del ídem empapados de lágrimas (míster camiseta mojada). Aseguraos de incluir por aquí un par de buenos estremecimientos de cuerpo entero, para ir abriendo boca. Lo que viene a continuación es muy importante: el héroe debe masajearle la espalda a su amada en círculos concéntricos, toqueteándole los mofletes y la punta de la nariz y secándole alguna lágrima que otra con el dedo pulgar de la mano derecha. Si así lo hace, los instintos más básicos de su compañera se despertarán, y ella sentirá la llamada de la feromona de su macho y se le echará encima hasta devorarlo, con los mocos colgando, los ojos hinchados y la nariz roja. La escena que sigue seguro que no es apta para menores (bien porque sea X, bien porque la ingente cantidad de mocos hace que sea prácticamente gore).
―¡Oh, esto no está saliendo bien! ―exclama Willow. Se pregunta si tal vez no es tan buena idea al fin y al cabo, si le chocará demasiado, después de la crisis que acaba de tener ella. Pero Willow no puede pensar en nada que haya deseado más―. No importa ―dice ella, decepcionada―. Tampoco me lo hubiera imaginado nunca así, con la nariz llena de mocos.
―¿Imaginarte el qué? ―pregunta Guy lentamente.Julia Hoban, Willow
8. La maldición del cumpleaños literario
Y para terminar, quiero que penséis en todos los cumpleaños que habéis celebrado a lo largo de vuestras vidas, y que recordéis exactamente cuántos de ellos podrían calificarse de “corrientes” o incluso de “aburridos”. Por lo tanto, seguro que estáis deseando resarciros y hacer que vuestros protagonistas tengan aniversarios que nunca, JAMÁS, podrán olvidar. Bella consiguió que su cumpleaños desatara el Efecto Luna Nueva. En la Guía de Jessica para ligar con vampiros prácticamente se acabó el mundo. En el decimoctavo cumpleaños de Rose, Shadow Kiss terminó como una tragedia griega para abrir paso al dramático cuarto libro en todo su esplendor. Percy Jackson se pasó cinco libros enteros esperando a que se cumpliera la profecía de su decimosexto aniversario. Casi todo el libro de Carpe Corpus sucede en el cumpleaños más deprimente y más lleno de mordeduras de colmillo de Claire. Y en Elegida, Zoey se enrolla por lo menos con tres de sus cuatro novietes, corta con un par de ellos y encuentra otro más.
¿Y vosotros? ¿Qué es lo que más os gustaría hacer?
―Por favor, no llores ―dijo suavemente―. No hay nada por lo que merezca la pena llorar. Hoy es tu cumpleaños.
―Todo está mal ―protesté, secándome las lágrimas con las palmas de las manos.
―No, Jessica, ―dijo Lucius con suavidad, apartándome las manos. Pasó el pulgar con delicadeza bajo mis ojos, primero por uno y luego por el otro, secando las lágrimas.― A ti te irán bien las cosas. Hoy es un día feliz para ti. Tu decimoctavo cumpleaños es una fecha importante. Por favor, no puedo soportar tus lágrimas.Beth Fantaskey, combinando un llanto líbrico/lúbrico con la maldición del cumpleaños literario, en Guía de Jessica para ligar con vampiros
Y aunque los tópicos en realidad serán todavía muchos más y mucho más variados, ahora el señor Mellark debe marcharse, porque los pastelillos se le están quemando en el horno. Os saluda cordialmente a todos (¡¡no, a todos no, habitantes del Capitolio!!) y expresa sus deseos de volver a veros pronto, pero no tan pronto como para que os empachéis todavía más (la película de 2012 estaría bien, por ejemplo). En cualquier caso, ya estoy incubando el embrión de la idea con la que escribir el tercer National Geographic, así que quizás os haga esperar menos de siete meses y medio para la próxima entrega. Pero como nunca se sabe, y yo soy muy vaga, y no quiero empacharos con demasiados posts kilométricos, esta vez os dejaré acompañar al señor Mellark a la panadería, si es que se presenta algún voluntario(/a)…