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jueves, 23 de junio de 2011

La generación perdida

Al principio de la Historia hubo libros. Al principio de la imprenta hubo más libros. Siglos después aparecieron libros que los niños leían y que los adultos no leían porque tenían cosas más importantes que hacer (véase Julio Verne). Hubo libros de aventuras y de vaqueros y de huerfanitos y de hombres de la selva que vivían con los gorilas y mataban leones. Algún tiempo más tarde, algunos señores (y señoras) empezaron a escribir libros pensados para niños y protagonizados por niños, donde los adultos no pintaban nada (véase Enyd Blyton).

Muchísimos años después, hace solo cuatro días, apareció una variante juvenil, donde los adolescentes tenían la última palabra y eran el centro del universo.

Y he aquí que la literatura juvenil vivió un boom y abandonó el patio del instituto: la empezaron a leer niños de colegio y también jóvenes (y no tan jóvenes) que habían dejado sus años de instituto atrás hacía tiempo.

Reconozco que al principio me sorprendió, pero luego me acostumbré al hecho de que hay casi tantos veinteañeros como adolescentes leyendo libros juveniles. La blogosfera es un claro ejemplo. He aquí una servidora, por decir un caso concreto (aunque una servidora no era veinteañera todavía cuando empezó a escribir en el blog, y digo esto para que no me echéis años de más).

Pero pasa una cosa con la literatura juvenil, y es que el mundo se termina cuando se termina el instituto. El protagonista cumple 16 años y vive un drama. Luego cumple los 17 y vive un dramón. A veces ya tiene los 18 cuando llega al clímax de la historia. Y entonces acaba los exámenes del tercer trimestre, va al baile de graduación e incluso se marcha de vacaciones, pero... en cuanto se acerca a las puertas de la universidad se corre un velo enorme de repente y aparece la palabra FIN escrita con enormes letras mayúsculas.

Los 19 son una edad tabú. Cumplir 20 es hasta pecado.

Por ejemplo, una vez leí en un libro la descripción de una chica de 19 años que estudiaba de incógnito en un instituto. Al final reconocían su engaño porque tenía patas de gallo y se la veía algo vieja, lo cual tengo que decir que me pareció fatal en su momento, porque yo tenía precisamente 19 años y ninguna pata de gallo, ni siquiera de gallina.

El caso es que hace meses que no leo nada ambientado en un instituto, porque un buen día decidí, de repente, que ya me aburrían esos libros. Hace un montón de años que ni siquiera tengo recreos, ni deberes, ni profesores que se sepan mi nombre, ni clases de treinta alumnos, ni excursiones. Así que los libros que giran en torno a esos temas ya no me interesan (las distopías de hoy no se molestan ni en disimular que son los dramas de instituto de ayer).

Pero, si dejo a un lado la literatura juvenil, entonces me encuentro de frente con la chick-lit, la urban fantasy y los demás géneros de adulta-todavía-ligeramente-juvenil: protagonista con los veinte ya muy largos y muy aprovechados, o incluso con los treinta recién estrenados, con trabajo, piso, coche, novio treintañero y padres a tropecientos mil kilómetros y años de distancia. Algunas incluso tienen el reloj biológico activado y campanas de boda como tono de móvil. Es más, hay algunas que hasta son sus propias jefas.

¿Qué pasa entonces con todos los que estamos perdidos en el medio? ¿Con todos los que no existimos? ¿Con todos los que no debemos de leer demasiado porque no aparecemos por ninguna parte en la literatura? ¿Esos del principio y medio de la veintena cuyo futuro es una neblina misteriosa, casi todos con algo de estudiantes, algunos universitarios y otros no, muchos en busca del primer trabajo y prácticamente todos económicamente subvencionados por mamá y papá? ¿Qué pasa con los pisos de estudiantes y las crisis vocacionales de mitad de carrera y las prácticas en empresas y el momento ni-ni en el que ni sabes qué más estudiar ni te contrata nadie para trabajar?

En realidad es una tontería, pero me gustaría encontrar algún libro que no fuera muy distinto a la literatura juvenil que pulula por todas partes y por mis estantes, pero que a la vez tuviera más cosas en común conmigo. No debe de ser algo demasiado raro, porque hace algo más de un año la editorial americana St. Martin's Press hizo el amago de trabajar en un nuevo género, el New Adult, pero la iniciativa no prosperó.

Hace unos meses leí The Piper's Son, de Melina Marchetta. Era la segunda parte de un libro ambientado en primero de bachillerato, pero en esta secuela habían pasado varios años, y ahora los protagonistas ya habían cumplido veintiuno.

La literatura fantástica, en cambio, parece mantenerse más atemporal: como en la Edad Media Sucedánea no hay institutos, no importa demasiado si los personajes tienen diecisiete o veintidós. En su caso es más una cuestión de números que de verdaderas diferencias.

La cuestión es que ahora estoy vagando entre géneros, y echo en falta más libros para la generación perdida. Por lo tanto, si vosotros entendéis mi crisis y de paso se os ocurre algún título, estoy abierta a sugerencias.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Horripilante.



Odio esa sensación inter libros que llega cuando paso la última página de alguno aceptablemente bueno, cierro la portada, lo coloco en el estante, siento el vago antojo de empezar algún otro y, de repente... Bum. Zas. Catapum. Dabadabadum. No hay ningún libro (en mi casa/ en mi librería/ en mi país/ en el mundo) que mi apetezca leer. ¿Y ahora qué?

domingo, 20 de febrero de 2011

Gracias...

... por ayudarme a conciliar el sueño cuando los nervios no me dejan dormir.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Durante y todavía.

Me pasé la mañana luchando con la sensación de volutas descarriadas de un mundo intentando filtrarse por las grietas de otro. ¿Conocéis la sensación de empezar un libro nuevo antes de que el recuerdo del último haya tenido tiempo de cerrarse detrás de vosotros? Deja uno el libro anterior con ideas y temas —personajes incluso— atrapados en las fibras de la ropa y cuando abre el libro nuevo siguen ahí.

Diane Setterfield, El cuento número trece.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El otro libro (filosofías cursis de muchas búsquedas frustradas)

Es muy difícil escoger el Siguiente Libro. Tener cinco, diez, cincuenta libros donde elegir supone tener cinco, diez, cincuenta libros con los que acertar, pero también cinco, diez, cincuenta libros con los que equivocarse. Escoger el Siguiente Libro es difícil, emocionante, misterioso y aterrador. Y a veces la respuesta es muy sencilla. Pero otras es imposible.

Por eso existe en la mente de todo buen lector una lista lógica, fría y calculada. A veces está enterrada muy profundamente en su cabeza y parece inalcanzable, y otras veces está escrita con preciosa caligrafía en el más bonito de los cuadernos. Pero siempre está allí: una lista con los libros que se quieren leer, que se deberían leer, que estaría bien seguir leyendo, que estaría aún mejor terminar. Todos ellos ordenados fríamente, siguiendo asépticos criterios de deber y de querer, formando así una lista, la Lista, vuestra Lista, la Lista de todos y cada uno de nosotros, en la que cada libro tiene un número y en la que el número Quince jamás osaría ser leído antes que el Catorce. Listas de libros comprados y de libros regalados. Listas en papel, en Excel, en corcho, en la imaginación de cada uno. Listas frías, lógicas, calculadas.

Pero la lectura no es lógica ni fría, y no hay nada calculable en ella. La lectura es ese pinchazo que os hace sentir que ese libro es sólo vuestro, que esta historia sois vosotros, que las palabras no podrían ser más perfectas; es ese algo que os hace amar un libro que todos los demás odian, ese capítulo que os hace recordar un día, un sabor, un color, la página que arrugasteis porque estabais demasiado nerviosos leyendo como para daros cuenta de que cometíais un sacrilegio. La lectura es querer que cada Siguiente Libro vuelva a ser el Libro Que Lo Cambió Todo.

Y las Listas no entienden de intuición ni de pinchazos. Yo me apeno cada vez que atiendo obedientemente a la Lista, porque eso significa que no abrí la primera página movida por ningún instinto irreprimible. Otras veces, cuando me siento rebelde y el número Uno me parece una decisión demasiado lógica, escojo otro libro cualquiera y disfruto de la satisfacción de haber desobedecido a mi propia Lista.

Y luego está el Otro Libro.

En mi caso suele ser un título curioso que me atrae sin remedio a algún recoveco de Goodreads, o una imagen pequeñita en algún blog que me tienta con lo desconocido. Luego viene una sinopsis leída con la atención a medias puesta en otra parte, la primera opinión positiva, la primera nota de emoción que despierta mi curiosidad. El flechazo es inminente. Llámale antojo, llámale capricho, llámale X. Sin razón aparente, lógica ni razonable, empiezo a navegar la red de redes en busca de más información, en busca de ese Libro cuya lectura acaba de convertirse en necesidad. Necesito leerlo ahora, ya, en este instante, abrirlo por la primera página antes de que pasen dos nuevos minutos de angustiosa ignorancia. Busco más reseñas, más sinopsis, más capítulos, más opiniones. Busco fechas, busco ebooks en los sites más oscuros y en las webs más brillantes, busco libros en las librerías más cercanas, pateándome sus estantes a la caza del Libro, el Antojo, el Capricho, la Necesidad, la Angustia, devorando con la mirada cada lomo y cada título, con la certeza de que, si el Libro no está allí, no tengo nada.

Sólo hay dos finales posibles para esta historia.

Si consigo poseer el Libro de inmediato, justo después de saber de él por primera vez, lo empiezo al instante, despreciando toda Lista y sin importarme que sea bueno o malo, que lo ame o que lo odie. Pero lo leo, lo leo entero, y lo leo sin apartar los ojos de él ni un segundo.

Pero si necesito que atraviese océanos para llegar hasta mí dentro del sobre de alguna librería virtual; si necesito esperar un día, dos días, una semana, un siglo, entonces mi anhelo se habrá apagado con la misma velocidad con que nació. Y el Libro, el Antojo, la Necesidad, el Anhelo, rebajado ya a simple capricho, viajará hasta algún lugar de poca preferencia al fondo de mis estantes, asignándose a sí mismo un puesto asépticamente numerado en la lista lógica, fría y calculada de mi cabeza.

martes, 12 de octubre de 2010

Frustración.


Frustración es recordar de repente la escena de un libro, repetirla palabra por palabra dentro de tu cabeza, saber incluso en qué esquina de la página la viste por primera vez, y aún así ser incapaz de situar a los personajes o de recordar a qué historia pertenece.

miércoles, 28 de julio de 2010

¿Por qué leéis vosotros?

Demasiadas veces, sin razón aparente, he tenido el blog abandonado, olvidado, perdido en los rincones más oscuros de la memoria, allí donde nada lo alcanza. Mi excusa es que no he estado en este mundo, sino en un lugar donde no hay conexiones con todo el planeta a través de cables que postean lo que yo les ordeno que posteen. He estado muy lejos de aquí, asfixiada en las páginas de las historias que me consumen desde dentro. Hay fuego febril en mis ojos. Hay sangre de tinta en mis venas. Respiro únicamente el olor a libro nuevo, y el olor a libro viejo inunda mis pulmones. No hay sitio para más en mi cabeza, porque el papel lo ocupa todo. En el día no hay horas, sólo momentos en los que volver a abrirlo en canal y suplicar que por favor, no se termine nunca. Que las páginas sean infinitas y engendren más páginas. Que de alguna forma misteriosa me hayan colado trescientas hojas más de contrabando debajo de la contraportada. Que las letras se apretujen para hacer sitio a muchas más palabras. Que sea una saga. Porque el sol da vueltas pero no existen más impulsos que el de la lectura. No hace falta café, porque el libro es la mejor cafeína. Las fronteras de la realidad se difuminan, y el mundo exterior parece un simple teatro donde poder habitar este manojo de papel escrito. Cuando lo leo, el mundo entero me pertenece, y soy infinitamente poderosa, aunque infinitamente impotente de cambiar su destino. Siento la garganta seca. Me hierven los ojos. Me duele el cuello. Mañana tendré demasiado sueño. Y no me importa. Es esta exactamente la razón por la que leo.

(En búsqueda perpetua de un nuevo libro que me haga sentir exactamente así.)

¿Por qué lees tú?