
Al principio de la Historia hubo libros. Al principio de la imprenta hubo más libros. Siglos después aparecieron libros que los niños leían y que los adultos no leían porque tenían cosas más importantes que hacer (véase
Julio Verne). Hubo libros de aventuras y de vaqueros y de huerfanitos y de hombres de la selva que vivían con los gorilas y mataban leones. Algún tiempo más tarde, algunos señores (y señoras) empezaron a escribir libros pensados para niños y protagonizados por niños, donde los adultos no pintaban nada (véase
Enyd Blyton).
Muchísimos años después, hace solo cuatro días, apareció una variante juvenil, donde los adolescentes tenían la última palabra y eran el centro del universo.
Y he aquí que
la literatura juvenil vivió un boom y abandonó el patio del instituto: la empezaron a leer niños de colegio y también jóvenes (y no tan jóvenes) que habían dejado sus años de instituto atrás hacía tiempo.

Reconozco que al principio me sorprendió, pero luego me acostumbré al hecho de que
hay casi tantos veinteañeros como adolescentes leyendo libros juveniles. La blogosfera es un claro ejemplo. He aquí una servidora, por decir un caso concreto (aunque una servidora no era veinteañera todavía cuando empezó a escribir en el blog, y digo esto para que no me echéis años de más).
Pero pasa una cosa con la literatura juvenil, y es que
el mundo se termina cuando se termina el instituto. El protagonista cumple 16 años y vive un drama. Luego cumple los 17 y vive un dramón. A veces ya tiene los 18 cuando llega al clímax de la historia. Y entonces acaba los exámenes del tercer trimestre, va al baile de graduación e incluso se marcha de vacaciones, pero... en cuanto se acerca a las puertas de la universidad se corre un velo enorme de repente y aparece la palabra
FIN escrita con enormes letras mayúsculas.

Los 19 son una edad tabú. Cumplir 20 es hasta pecado.
Por ejemplo,
una vez leí en un libro la descripción de
una chica de 19 años que estudiaba de incógnito en un instituto. Al final reconocían su engaño porque tenía
patas de gallo y se la veía algo vieja, lo cual tengo que decir que
me pareció fatal en su momento, porque yo tenía precisamente 19 años y ninguna pata de gallo, ni siquiera de gallina.

El caso es que
hace meses que no leo nada ambientado en un instituto, porque un buen día decidí, de repente, que ya me aburrían esos libros. Hace un montón de años que ni siquiera tengo recreos, ni deberes, ni profesores que se sepan mi nombre, ni clases de treinta alumnos, ni excursiones. Así que los libros que giran en torno a esos temas ya no me interesan (
las distopías de hoy no se molestan ni en disimular que son
los dramas de instituto de ayer).
Pero, si dejo a un lado la literatura juvenil, entonces me encuentro de frente con la chick-lit, la urban fantasy y los demás géneros de
adulta-todavía-ligeramente-juvenil: protagonista con los veinte ya muy largos y muy aprovechados, o incluso con los treinta recién estrenados, con trabajo, piso, coche, novio treintañero y padres a tropecientos mil kilómetros y años de distancia. Algunas incluso tienen el reloj biológico activado y campanas de boda como tono de móvil. Es más, hay algunas que hasta son sus propias jefas.
¿Qué pasa entonces con todos los que estamos perdidos en el medio? ¿Con todos los que no existimos? ¿Con todos los que no debemos de leer demasiado porque no aparecemos por ninguna parte en la literatura? ¿Esos del principio y medio de la veintena cuyo futuro es una neblina misteriosa, casi todos con algo de estudiantes, algunos universitarios y otros no, muchos en busca del primer trabajo y prácticamente todos económicamente subvencionados por mamá y papá? ¿Qué pasa con los pisos de estudiantes y las crisis vocacionales de mitad de carrera y las prácticas en empresas y el momento ni-ni en el que ni sabes qué más estudiar ni te contrata nadie para trabajar?

En realidad es una tontería, pero me gustaría encontrar algún libro que no fuera muy distinto a la literatura juvenil que pulula por todas partes y por mis estantes, pero que a la vez tuviera más cosas en común conmigo. No debe de ser algo demasiado raro, porque hace algo más de un año la editorial americana
St. Martin's Press hizo el amago de trabajar en un nuevo género, el New Adult, pero la iniciativa no prosperó.

Hace unos meses leí
The Piper's Son, de Melina Marchetta. Era la segunda parte de un libro ambientado en primero de bachillerato, pero en esta secuela habían pasado varios años, y ahora los protagonistas ya habían cumplido
veintiuno.
La literatura fantástica, en cambio, parece mantenerse más atemporal: como en la Edad Media Sucedánea no hay institutos, no importa demasiado si los personajes tienen diecisiete o veintidós. En su caso es más una cuestión de números que de verdaderas diferencias.
La cuestión es que ahora estoy vagando entre géneros, y
echo en falta más libros para la generación perdida. Por lo tanto, si vosotros entendéis mi crisis y de paso se os ocurre algún título, estoy abierta a sugerencias.